
Hace demasiado tiempo que no escribo en este blog. Y, precisamente, ha tenido que ocurrir algo que me ha llegado al corazón (a veces, aparentemente, tan alejado de la ciencia) para que me decida a empezar a escribir de nuevo. Cosas de la vida…
Mini es el “maxi” gato de mi hermana Lola (“maxi”, porque es enorme). Hablo de él en presente, aunque hace un día que nos dejó, porque, arriesgándome a caer en el tópico, sé que siempre estará presente en la vida de mi hermana. Quince años son muchos al lado de un compañero de dichas y desdichas.
Hace unos días, una persona muy cercana me preguntaba: “¿Por qué los seres humanos tenemos mascotas?” Yo le contestaba: “Debe ser porque anhelamos, en nuestro interior, tener un cachito de naturaleza cerca”. Quizá nos hacen recordar vagamente los instintos que hemos perdido al “civilizarnos.
Pero, con la marcha de
Mini, he recordado lo más importante. Estos compañeros de vida nos dan todos los días su cariño; algo que, en esta sociedad desnaturalizada en la que vivimos, casi podríamos pensar que ha perdido su sitio. Parece que ser cariñoso o mostrar afecto no está “de moda”; la solidaridad, sí, por supuesto, pero nos resulta más fácil ser solidarios con los desfavorecidos en África que con nuestro vecino de abajo, que quizá sea de la misma nacionalidad y tenga, seguramente, otro tipo de problemas pero igualmente graves. Sin embargo, no tenemos ningún pudor en mostrar afecto por nuestras mascotas. Personalmente, salvo alguna excepción muy concreta, no me suelo fiar de las personas a las que no les gustan los animales. Para mi es casi como decir que no les gustan las personas.
Mini era un gato grande, corpulento y, más de una y dos veces, con muy malas pulgas. Si estaba de malas, mejor que no le acercaras la mano para acariciarle si no querías terminar con ella marcada. Pero si estaba de buenas, era como un gatito pequeño: mimoso, “ronroneante”, juguetón, divertido y hasta simpático. Dicen que los gatos son muy independientes y que no son cariñosos, sino que lo aparentan ser para conseguir sus propósitos (esto, por cierto, se le podría aplicar a más de un ser humano…). Estoy segura de que mi hermana no estará de acuerdo con esto último. Su relación con
Mini era la que cualquiera podemos tener con uno de nuestros mejores amigos. Y el vacío que deja también es el mismo.
Es curioso lo que nos hacen sentir estos pequeños seres. A menudo me acuerdo de
Chiki, la perra que teníamos cuando era pequeña; y eso que yo debía tener unos diez u once años cuando murió. Recuerdo todos mis canarios, las tortugas y hasta unos peces que me sobrevivieron solo unos meses (“Es que son muy delicados”, me decían todos). Cada uno tiene su historia y representa una etapa de mi vida. Ahora tenemos a
Gus, una chinchilla con una personalidad curiosa; nunca pensé que un roedor pudiera transmitir tantas cosas: se enfada, se alegra, se agobia, “pasa” de ti, ¡te hace caso! Puede parecer que exagero y me ciega mi interés por los animales. Pero yo no los humanizo, simplemente los observo. Y eso es lo que me dan.