Post publicado por Benjamin Montesinos, el 12 de junio de 2013, en el blog Cuaderno de bitácora estelar
Al igual que el texto, los comentarios en el blog original tampoco tienen desperdicio...
Al igual que el texto, los comentarios en el blog original tampoco tienen desperdicio...
En las últimas semanas hemos recibido bastantes noticias sobre el futuro –negro si nadie no lo remedia- del Observatorio de Calar Alto. La comunidad astronómica se ha unido difundiendo varios comunicados para protestar por una decisión arbitraria que deja a esa instalación puntera de la astronomía europea al borde del colapso. Para agravar la situación y hurgar donde más duele, algunos políticos no han tenido empacho en faltar a la verdad para ocultar y tergiversar los hechos e incluso para colgarse medallas de salvadores. Cuando uno se informa de cómo se han sucedido los acontecimientos y cuál ha sido la actitud de algunas personas responsables de la situación actual, la indignación es la más suave de las sensaciones que a uno le asaltan.
Sin embargo no quiero que esta entrada en la Bitácora sea desabrida y caústica. Mi propósito es rendir un modesto homenaje a la profesionalidad y a la calidad humana que siempre he encontrado ahí arriba. Estos días de atrás me he detenido a pensar y aunque no puedo considerarme realmente un astrónomo observacional si me comparo con otros compañeros, me he dado cuenta de que Calar Alto siempre ha estado presente en mi carrera como investigador.
Mi primera campaña en Calar Alto fue de cinco noches en el telescopio de 2.2 m, usando el foco Coudé y placas fotográficas en el tubo intensificador de imagen… ¡sí, placas fotográficas! Acababa de comenzar la tesis así es que como era novato me acompañó Jaime Zamorano, ahora profesor del Departamento de Astrofísica de la UCM. Nos ayudó como astrónomo asistente Agustín Sánchez Lavega, hoy director del Grupo de Ciencias Planetarias de la UPV. Fue divertido y cansado: había que colocar las placas en el portaplacas chupándolas en un borde para ver de qué lado estaba la emulsión, había que correr escaleras arriba para controlar el telescopio desde la consola, escaleras abajo para guiar –a ojo, y con una raqueta con cuatro botones para controlar la ascensión recta y declinación- y luego escaleras abajo de nuevo para revelar las placas… Tan frenética fue la campaña que la última noche hicimos una exposición de 90 minutos sin haber colocado la placa: Jaime creía que la había montado yo y yo creía que la había montado Jaime. Gajes del oficio. En ese viaje conocí a Valerio, el legendario taxista de Calar Alto, que nos dejó. Ahí conocí también a Carlos Eiroa, hoy profesor en la UAM con el que colaboro desde hace bastantes años, que estaba observando con el 1.23, muy probablemente haciendo fotometría de Serpens, su región del cielo favorita.
La sensación que saqué de allí fue que aquello era fascinante… y lo que me quedó grabado es que en el observatorio había una gente con una profesión sacrificada, que sabía muy bien lo que hacía y que tenía una enorme pasión por la Astronomía. Aquí va un ejemplo. Hace unos años tuve una campaña en invierno con no muy buen tiempo en las dos primeras de las tres noches que me concedieron. La tercera tenía muy buen aspecto, de modo que me propuse completar en la medida de lo posible mi programa. Como en invierno uno vive en el telescopio, yo había encargado algo de cena para, durante una exposición larga, bajar a la residencia, reponer fuerzas, subir de nuevo al telescopio y continuar. Estaba conmigo Felipe Hoyo, uno de los operadores más veteranos del observatorio. La noche era tan buena, con un seeing por debajo del segundo de arco que los tiempos de exposición eran como mucho, de 10 minutos. No podía parar de observar, imposible hacer una exposición larga para bajar al comedor. A eso de las 3 de la madrugada Felipe se empeño en bajar a por mi cena y al traérmela me dijo: “Aquí estamos para ayudarte a que te lleves los mejores datos posibles, así es que no pierdas ni un minuto y dime si tienes algún problema con la cámara o el telescopio que yo te lo intentaré resolver”. Nunca he olvidado eso, porque creo que resume bien la filosofía de ese observatorio: profesionalidad y calidad humana. Eso ha sido una constante en cada una de mis visitas y en mi contacto con todas las personas del centro, desde los integrantes del grupo de Astronomía, operadores y astrónomos, hasta las administrativas y el personal de cocina. Impecable.
El futuro no pinta bien, ojalá me equivoque, pero pase lo que pase, los trabajadores de Calar Alto deben sentirse orgullosos de su trabajo y del servicio que han prestado a la comunidad astronómica española y a todo aquel que ha recalado allí desde lugares más lejanos.
Mil gracias compañeros.
texto y fotos: Benjamin Montesinos (en Cuaderno de bitácora estelar)
edición: Inma Luque
imagen #sinCiencia: Enrique Herrero (en Naukas)
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